Imagina una autopista llena de autos corriendo a gran velocidad en ambos sentidos. Así son las ideas. Van de un lado a otro por nuestra cabeza. De pronto, una de ellas se impacta sobre nosotros y genera un choque colosal: el nacimiento de un universo. Sabes que ya nada será igual a partir de entonces. Esa idea, si les das posada en tu mente, puede volverse obsesiva. Algo así como una mosquita que está rondando tu pelo, que zumba y se cruza delante de ti. Lo más fácil sería estirar la mano para intentar atraparla o echarle insecticida. Pero una idea que gira a tu alrededor, basta que mires para que tu mundo entero se detenga. Algo como el poder de Medusa.
No importa quién crea en esa idea. “Quien tiene que creerlo”, dice el escritor Xavier Velasco, “es uno mismo”. Si tienes fe en esa idea, si el mundo que se aloja en el interior de esa idea te cautiva, tendrás algo maravilloso: una historia que contar y por la cual vale la pena pagar desvelos, cansancios y berrinches. Cree en la idea, en ese mundo y en la posibilidad de hacerlo realidad a través del papel.
A muchos de nosotros nos preguntan “¿cómo se te ocurrió esta historia?”. Te confieso que me encanta que me lo pregunten. No por vanidad, sino porque puedo hablar de los personajes y no de mí. Uno como escritor es el móvil, el vínculo entre la ficción y los lectores, pero quienes tienen algo interesante que decir son los personajes.
Algunos le apuestan a dos ideas que no tenían conexión entre sí, pero que de pronto se ensamblan para crear algo nuevo.
Imagina un panadero, eso es una idea. Ahora imagina un crucero interestelar, eso es otra idea. ¿Y qué pasaría si hubiera un panadero en un crucero interestelar? Bueno, ahí tenemos el ejemplo. Tal vez no muy atractivo, pero ejemplo al fin.
Creo que yo me baso más bien en dos cosas: una imagen y una pregunta; ambas generan una idea.
En alguna ocasión, en un viaje familiar, vi en mi cabeza la imagen de un hombre caminando por la carretera en un mundo desolado. Más adelante, pensé: ¿qué pasaría si un escritor y su personaje pudieran ponerse a conversar, casi al borde de la mutua destrucción? Así nació Viajeros en el umbral, mi primera novela.
La pregunta: ¿qué pasaría si un día los animales pudieran dominar a la raza humana?
La imagen: un poderoso guerrero causando un estruendo con la explosión de un poder maravilloso.
Así nació la saga de los Guerreros Celestiales. Valdría la pena, aquí, retroceder en el tiempo para darte un mayor panorama de esa imagen.
Cuando yo era niño, me gustaba mucho dibujar personajes de mi propia creación, entre otras cosas. Sin embargo, pensé que mis dibujos eran muy feos y opté mejor por hacerles historias. “Que alguien más los ilustre después”, pensé. Esos personajes eran, en su mayoría, animales con cuerpos de humanos. Muy a lo Tortugas Ninja, si tú quieres.
Algunos les llaman antropomorfos; otros, mutantes o animales humanizados; es decir, que pueden hablar, pensar y sentir como nosotros.
Dentro de esos personajes, había un marciano que se llamaba Loquín. Tenía la cabeza amarilla y el cuerpo, en su mayor parte, de color verde. Era despistado y tenía “un ojo al gato y otro al garabato” (otro lugar común). Era, a mi parecer, muy simpático.
Pues el guerrero que vi, lleno de músculos, enorme, y con un poder maravilloso, era Loquín, transformado en algo nuevo.
En la novela, aparece como un ser muy inocente, llamado Locus, quien descubre que detrás de su ingenuidad se esconde un poderoso guerrero.
Ahí, como te decía, nació esta novela a la que le he entregado gran parte de mi vida. Le tengo mucha fe y de eso se trata, de que no importa quién crea en tu idea. Tú debes tenerle fe. Siempre fe.
Cuando dudes, regresa a esa sensación que tuviste cuando viste a la idea por primera vez a la cara, cuando Medusa te capturó con su mirada de mito.
Y vuelve a creer.
Siempre vuelve a creer en tu idea.
lunes, 1 de junio de 2020
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